dimarts, 30 de maig del 2017

La decadencia, o no, de las instituciones

El mercado juega en la necesidad humana de pertenencia y de conexión, fracturándolo y redefiniciéndolo. La venta en línea de productos o servicios, aunque a partir de la promesa de la experiencia relacional (evaluaciones de productos, capacidad de votar un proveedor o servicio, personalizaciones) cancela los sitios de interacción, lo que reduce aún más la confrontación entre sí.

Desde el mundo "arcaico" de la plaza se ha pasado, primero, a un mundo institucionalizado y unidireccional (partidos de masas, supermercado, televisión) - y hoy en día en un mundo que, para estar a la moda, podríamos llamar post-institucional. Sólo eso sería falso. Las instituciones no han terminado: la desintermediación produce una bi-realidad, en la que el servicio se adapta a las peticiones de los usuarios. Pero esto es cierto sólo en apariencia: tener infinitas opciones significa no tener casi ninguna. En primer lugar, porque el mercado ultra-adaptable en realidad se limita a enjaular la petición individual y dirigirla sabiamente a lo que ya está listo o, a lo sumo, para preparar algo rápido como en un apuro: es el caso de la post-democracia controlada por encuestas.

Sobre todo, en el mundo desintermediado en realidad hay un supermediador: el motor de búsqueda. El establecimiento del orden de las instituciones. El algoritmo del motor de búsqueda, el nuevo semi-dios, el caos sustituto, se convierte en el cerebro de la humanidad en la red. Él decide lo que es visible, adaptándose nominalmente a las peticiones de los ciudadanos-usuarios.

El aumento de opciones, finalmente, impide la posibilidad de profundizar en nada; un contexto similar pretende la capacidad de selección de la superficie, la abolición de la tridimensionalidad. Somos el renacimiento de un universo anárquico, un caos en calma gobernado y dirigido por unos pocos mandones poderosos. En este sentido, la verdad, poco importa: se oculta detrás de un velo de opiniones confusas, ficciones, las superestructuras, en el que se hace difícil navegar, si no totalmente imposible.

La desintermediación se convertirá en el nuevo paradigma no tanto en la toma de decisiones sino en lo institucional. El reto de la modernidad es entonces la siguiente: entender qué reglas serán aplicables en un mundo así, a quién y, sobre todo, con qué legitimidad.

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